Este artículo me parece de vital importancia y pienso que todos los padres y madres deberías leerlo y reflexionar sobre él. No todos los padres tenéis que sentiros aludidos y no es para ofenderos ni mucho menos, pero en los tiempos que corren este hecho es cada vez más frecuente así que convendría que lo leyerais para aquellos que lo hacéis, modificar-lo y aquellos que no, evitarlo.
La psiquiatría infantil es una especialidad joven que ha vivido su desarrollo más amplio durante el siglo pasado. Sus objetivos son muy variados y abordan diferentes dificultades de niños y adolescentes, entre las que cabe destacar alteraciones en el comportamiento, dificultades atencionales, trastorno del espectro autista, fracaso escolar, trastornos de ansiedad, síntomas depresivos, trastornos del sueño, abuso de sustancias, control de esfínteres, trastornos alimentarios, problemas relacionales y otros muchos que excederían la extensión de este artículo.
A la hora de analizar el origen de todas estas dificultades, topamos con factores como la carga genética (factores biológicos), el temperamento propio de cada persona o la influencia del entorno en sus diversos ámbitos: familiar, social y escolar. No es posible separar un factor de otro porque no existen dos niños ni dos adolescentes iguales. Por ello, es fundamental realizar una evaluación individual y exhaustiva de cada paciente.
¿Cómo saber si nuestro hijo precisa ayuda? Para contestar esta pregunta necesitamos llegar a dos respuestas. Por un lado, descubrir si lo que le ocurre está enmarcado en su momento evolutivo, es decir, si es típico de su edad (por ejemplo: los terrores nocturnos cuando son pequeños). Y por otro, entender las consecuencias que esos síntomas están provocando en las diversas áreas de su vida: colegio, familia, amigos y a nivel personal.
Una vez detectada la dificultad, se debe establecer una coordinación estrecha con los diferentes profesionales que intervienen en el día a día del niño. La colaboración con el centro escolar, la familia y otros terapeutas que estén interviniendo en su desarrollo es fundamental. Esta circunstancia permite trabajar a todas las partes en la misma dirección, evitando así duplicidades u orientaciones contradictorias que podrían suponer un empeoramiento en la situación del paciente.
¿Cuál es el diagnóstico de mi hijo? En la actualidad existen dos sistemas de clasificación internacional: uno, americano (DSM-IV, que será sustituido por la siguiente edición próximamente) y otro, europeo (CIE-10). El desarrollo en investigación médica y el fenómeno de globalización exigen que mediante estas clasificaciones podamos entender lo que le ocurre a nuestros pacientes tanto si vienen de Estados Unidos como si proceden de Italia o Francia. La contrapartida de esta «etiquetación» es poder caer en generalizaciones; hecho cuanto menos cuestionable cuando hablamos de personas que presentan una carga genética individual, un desarrollo emocional individual y un entorno familiar y social único.
El modelo social actual influye de manera determinante en el aumento de la demanda en nuestra especialidad. Para responder a esta necesidad, el desarrollo en investigación sanitaria permite trabajar y tratar trastornos que anteriormente se desconocían o pasaban desapercibidos.
-Mamá, ¿juegas conmigo?
-Lo siento hijo, no tenemos tiempo.
En esta breve viñeta clínica probablemente podamos vernos reflejados.
La vorágine social en la que nos encontramos inmersos también se convierte en pieza importante en el desarrollo emocional de nuestros hijos. Desde la primera infancia fomentamos múltiples aprendizajes, abundan las actividades extraescolares, insistimos en la necesidad de que sean los mejores, vanagloriándonos en ocasiones por la precocidad de su aprendizaje en diversos ámbitos (atarse los cordones, leer, escribir.).
Tiempo y emociones
Sin embargo, en ocasiones dejamos de lado, imbuidos por este ritmo imparable de consumo y competitividad desmedida, la importancia de «volver a jugar» con nuestros hijos. La dedicación de tiempo de manera exclusiva a los más pequeños favorece su desarrollo emocional, hasta el punto de erigirse en uno de los pilares fundamentales de su éxito futuro.
Por lo tanto, nuestra especialidad pretende acercarse al niño desde otro punto de vista. Consiste en valorar su momento evolutivo, en acercarse sin prisa a su mundo emocional, compartiendo a través del juego, del dibujo o de la palabra sus pensamientos, sus miedos e inseguridades, sus ilusiones.
Entender con claridad las dificultades de un hijo es una sensación angustiante para cualquier padre. La búsqueda de un diagnóstico precoz puede convertirse en una necesidad imperiosa. Sin embargo, tan importante como actuar con celeridad es no precipitarse en la obtención de un diagnóstico. Desafortunadamente, las soluciones mágicas no existen. Los niños están inmersos en un constante cambio, sobre todo en las etapas iniciales de su vida, por lo que realizar un diagnóstico prematuro o precipitado puede llevarnos a realizar inferencias erróneas.
Por este motivo debemos proponer una valoración adecuada, dedicando el tiempo necesario para evaluar las características del paciente de una manera longitudinal en el tiempo e individual; así como realizar una valoración clínica exhaustiva y sin prisa para obtener unas conclusiones acertadas.
Debemos saber escuchar, acercarnos al niño o adolescente tratando de comprender su funcionamiento psíquico; sólo en ese momento seremos capaces de comprender sus miedos, angustias y preocupaciones. El modelo social en el que nos encontramos nos «invita» a seguir corriendo, sin darnos tiempo a valorar lo que vamos haciendo o lo que vamos dejando en el camino.
Esta circunstancia puede hacernos perder la perspectiva sobre la evolución de nuestros niños y adolescentes. Por eso, es mejor olvidar el «no tengo tiempo» y abrazar el «no tengo prisa».
Recordad, evitad el "no tengo tiempo" y buscad el "no tengo prisa".
Un saludo,
Laura Pons.
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